Había llegado el momento de aventurarnos hacia la costa norte de Madeira, donde habíamos pensado hacer una parada en el Parque Temático de Madeira. Nos lanzamos a la carretera, pasando por varios túneles (una construcción muy útil en Madeira, ya que facilita mucho el acceso a todos los rincones de la isla) y, tras atravesar los verdes paisajes del interior de la isla, volvimos a ver el mar, pero esta vez mirando hacia el norte.
Entre montañas y valles, el trayecto era animado y cada cinco minutos se descubría una nueva localidad, ¡lo que hacía que el viaje fuera muy dinámico! Confieso que tenía mucha curiosidad por este parque temático de Santana, un lugar que ya nos habían recomendado antes. Hasta aquí todo bien, la gran pregunta era: «¿les gustará a los niños?» Esta es siempre una preocupación cuando se viaja en familia. En definitiva, creo que es esta incertidumbre la que nos hace seguir descubriendo, siempre con la esperanza de vivir una nueva experiencia que alimente nuestra cultura.

Llegamos a Santana y nos dirigimos al Parque Temático de Madeira. Aparcamos fácilmente justo en la entrada, subimos una rampa y ya estábamos en la puerta del parque. Había algunas nubes en el norte de la isla, pero unos chubascos tampoco hacen daño, así que allá fuimos, poco abrigados, pero confiados. Cuando llegamos, nos dieron una calurosa bienvenida y una breve explicación de lo que podíamos hacer en el Parque Temático de Madeira.

Nuestra primera actividad fue un paseo en barco, ¿lo pueden creer? «A esta familia realmente no le va bien la tierra firme», pensé. Los cuatro nos metimos en una «cáscara de nuez», que era algo inestable y, por lo tanto, un gran éxito, ya que todos querían demostrar que eran buenos remando. Claro que, pese a sus esfuerzos, los niños no lograron enderezar el barco. En el lago, donde parecía que remábamos solos, resultó que no... Al mirar hacia abajo, vimos una serie de peces naranjas y blancos, estilo acuario, pero gigantes, que nos acompañaban en el paseo. Por si no estábamos del todo emocionados, también tuvimos derecho a un pequeño «extra», en un momento especial en el que decidimos cambiar de posición dentro del barco... Una hazaña digna de ser grabada y que a punto estuvo de provocar un estrepitoso e involuntario chapuzón... ¡pero lo conseguimos sin mojarnos!
Bajamos del barco y los niños enseguida encontraron su siguiente juego: ¡navíos teledirigidos! Nunca los había visto y me parecieron espectaculares. A unos cinco metros de distancia, había ocho controladores que podías usar para dirigir pequeñas réplicas de veleros entre obstáculos en un pequeño lago.

Ni que decir tiene que sacar a los niños de allí no fue fácil, pero lo conseguimos con la promesa de que todavía había mucha más diversión por delante.
Desde allí salimos hacia «O Passeio dos Descobrimentos», ¡esta vez entre cuatro paredes! Nos subimos a un barco sobre raíles ―a veces pienso que realmente estamos destinados a la vida en el mar― que empezó a moverse por un decorado creado con luces, vídeo, sonido y atrezzo, a través del cual conocimos la historia del descubrimiento de Madeira. No podríamos estar mejor: diversión y cultura al mismo tiempo. Y las emociones de los niños a flor de piel.

Abandonamos aquel espacio y, a lo lejos, divisamos un sombrero típico de Madeira, de paja con una franja negra. Al acercarnos, nos dimos cuenta de lo grande que era y, por supuesto, no pudimos resistirnos a hacernos una foto todos juntos.
Por el camino, se nos acercó un señor que quería que probásemos una bebida local: ¡por supuesto, era poncha! Y os puedo asegurar que fue la mejor que hemos probado hasta la fecha. Quizá fueran las cantidades adecuadas o la miel utilizada... había algo mágico en la preparación de esa poncha. Nos encantó. Más adelante, nos encontramos con una señora que preparaba las tradicionales pastas de miel. Se nos hizo la boca agua inmediatamente, pero por desgracia aún estaban en el horno y no pudimos probarlas.
Con la poncha en la barriga, seguimos explorando el Parque Temático de Madeira y nos cruzamos con dos señoras que demostraban sus habilidades con el bordado. Nos sorprendió darnos cuenta del tiempo que se tarda en bordar una simple toalla y del nivel de habilidad necesario.

Aún visitamos algunas atracciones más antes de dejar que los niños gastaran sus últimas energías en los toboganes. Estábamos listos para dirigirnos a Porto Moniz, donde teníamos una cita para comer y nos esperaba un plato de pescado fresco. Este fue el final de otra increíble mañana en la hermosa isla de Madeira. Con o sin niños, ¡no te pierdas esta experiencia!