A principios de octubre tiene lugar en el archipiélago de Madeira un evento muy especial que celebra la naturaleza y el turismo activo. El Festival de la Naturaleza de Madeira ocurre todos los años y ofrece a todo el mundo una semana llena de aventuras al aire libre, en la que se fomenta la actividad física y el espíritu aventurero, además de la conciencia medioambiental y la sostenibilidad. El amplio programa incluye actividades que van desde caminatas por los bonitos senderos de la isla a aventuras de barranquismo en sus arroyos, actividades de yoga y bienestar, e incluso paseos en barco por el magnífico litoral madeirense. Este artículo trata precisamente de uno de esos paseos. ¡Ven a pasear con nosotros por la costa sur a bordo de una «xavelha»!
Salimos de Funchal en dirección a la bahía de Câmara de Lobos, pocos minutos antes de las ocho de la mañana. Fue un día de trabajo que empezó un poco antes de lo habitual, pero el entusiasmo que sentimos compensó la hora de sueño perdida. El nerviosismo en el coche fue el responsable de que se nos pasara la salida de la autopista más adecuada para llegar a nuestro destino, pero el dicho «Todos los caminos llevan a Roma» también se aplica a Câmara de Lobos. ¡Llegamos a este lugar con tiempo de sobra! Habíamos quedado en el muelle a las 08:50 h para nuestro paseo en barco. Para quienes están más acostumbrados a visitar esta bahía por la noche para cenar o tomar una copa, el encanto de este lugar por la mañana puede pasar totalmente desapercibido.
Pasear por las pintorescas calles, con la mayoría de los comercios aún por abrir, saboreando el lento despertar de la ciudad en su calma matinal, nos proporcionó una serenidad increíble. Caminamos por el paseo marítimo, bordeando la bahía hasta llegar a la escalinata del muelle. Los todavía tímidos rayos del sol iluminaban nuestros rostros expectantes mientras contemplábamos la belleza tan única de la costa y decidíamos si tomar o no una pastilla para el mareo. En lo alto de la escalinata del muelle, estuvimos intentando adivinar qué «xavelha» nos llevaría de paseo. Hagamos un pequeño inciso aquí para explicar que «xavelha» es el nombre madeirense que reciben las pequeñas embarcaciones de pesca tradicional, utilizadas por los pescadores de Câmara de Lobos.
Mientras tanto, llegaron también al muelle dos parejas de unos cincuenta años para participar en el paseo en barco. El «buenos días» con acento que recibimos nos bastó para darnos cuenta de que estaríamos entre madeirenses durante las próximas horas, pero también fue la prueba viviente de que el Festival de la Naturaleza es una celebración transversal, en la que participan visitantes y lugareños por igual. Mientras tanto, vimos cómo un barco muy colorido se acercaba a nosotros, deteniéndose junto al muelle: «Cuidado con las escaleras, que resbalan», advirtió el señor Rui Gonçalves, que rápidamente saltó a bordo, descalzo y con la destreza que solo puede tener un hombre de mar, y ofreció su brazo para ayudarnos a todos a pasar de las escaleras a la pasarela de embarque. Aunque el mar estaba muy tranquilo, la pasarela parecía haber cobrado vida propia y nos zarandeaba con entusiasmo. Nos miramos y un pensamiento telepático nos invadió: «Menos mal que nos hemos tomado la pastilla», se dijeron nuestras mentes. Justo cuando estábamos a punto de subir al barco, una de las señoras decidió que ya no quería venir al paseo. «Se balancea mucho y me mareo bastante», dijo preocupada. Hicieron falta las palabras de ánimo del capitán y garantías de que el barco se balancearía mucho menos que la pasarela, sobre todo desde el momento en que zarpara, para convencerla de subir a bordo.
Salir de la bahía no podría haber sido más especial. Además del paisaje que nos rodeaba y de la presencia de decenas de pequeñas embarcaciones (mucho más pequeñas que la nuestra) que se mecían en el mar en calma, tuvimos la suerte de que un león marino que entraba en la bahía de Câmara de Lobos nos dijese adiós. «Este se pasea mucho por aquí», dijo tranquilamente el señor Rui, mientras el ajetreo por ver al animal se apoderaba de su barco.
Una vez terminado el encuentro con este animal de especie protegida, volvimos a nuestros asientos y empezamos a disfrutar del tranquilo viaje. El día era ideal para el paseo en barco. Aunque estamos a principios de octubre y en pleno otoño, tuvimos una mañana de verano perfecta. El plan era llegar hasta el municipio de Ribeira Brava y volver, recorriendo parte de la hermosa costa sur de Madeira. Los paseos en «xavelha» son, además, una atracción famosa en el municipio y también una de las actividades más populares durante el Festival de la Naturaleza. Mientras disfrutábamos del paisaje marcado por los impresionantes acantilados, con playas que surgían ocasionalmente, refugios perfectos si tuvieran acceso, el señor Rui compartió con nosotros algunas curiosidades sobre el São João de Deus. Resultó que el barco en el que viajábamos era de 1936, aunque poco o nada quedaba de su construcción original, y tuvo una vida llena de aventuras.
Durante muchos años fue un barco pesquero, como los que aún surcan la bahía al amanecer. Décadas dedicado a la pesca del atún, y muchas más al pez espada, le valieron una invitación para representar a Madeira y su tradición pesquera en la Expo '98 ―Exposición Internacional de Lisboa―, que se celebró en 1998 bajo el lema «Los océanos». El São João de Deus hizo la travesía marítima hasta Lisboa, que según el recuerdo del señor Rui, había durado una semana. En aquel momento, había dudas de que un barco pesquero tradicional fuera capaz de hacer un viaje de 520 millas náuticas, pero lo cierto es que lo hizo, y luego regresó para contarlo. Conversación tras conversación, pasamos por delante de las Fajãs do Cabo Girão.
Las cabinas del teleférico que unían el sitio de Rancho con la fajana eran una clara señal de dónde nos encontrábamos. ¿Sabíais que este medio de transporte se utilizaba originalmente para ayudar en la agricultura? La tierra junto al mar puede llegar a ser muy fértil, y allí se extendían cientos de metros. La existencia de un extenso paseo marítimo permite a los agricultores y curiosos desplazarse hasta la playa de Cabo Girão y su zona agrícola, que se encuentra justo debajo del mirador de Cabo Girão y su monumental cabo de 580 metros de altura, el más alto de Europa. Observar este promontorio desde el mar es casi más intimidante que enfrentarse a él desde lo alto de sus casi 600 metros.
El mar seguía en calma y era únicamente nuestro, sin movimiento a nuestro alrededor, hasta que otro león marino irrumpió de las aguas tranquilas y translúcidas. Este avistamiento fue menos claro y más fugaz que el primero. Probablemente se trataba de un león marino más tímido, pero el señor Rui consiguió tomarle la medida: «Este es más grande que el que vimos en la bahía», nos dijo. Más grande o no, no volvió a aparecer, así que continuamos a velocidad de «xavelha» para visitar una fajana más.
El mar transparente casi reflejaba el paisaje en un espejo a medida que nos acercábamos a Fajã dos Padres, un edén escondido, aunque cada vez más conocido por todos. Observado desde el São João de Deus, era casi como una plantación verde flotando en el mar. Con árboles frutales, flores... un oasis de vida que parecía brotar de los guijarros y que convertía el paisaje en algo aún más especial. A todos nos apetecía quedarnos allí, pero teníamos que seguir con el viaje. Pasamos también por la playa de Calhau da Lapa, que no contaba con acceso directo, y dimos media vuelta en la playa de Ribeira Brava. El viaje de vuelta lo realizamos más alejados de la costa, lo que nos permitió contemplar la grandeza de nuestro litoral. Eran las 11:30 h y la suave temperatura de la mañana había dado paso a un día muy caluroso. Estiramos las manos fuera del barco e intentamos tocar el agua... ¡estaba perfecta! La temperatura ideal para un baño que nosotros no pudimos darnos, pero que toda la gente de vacaciones en nuestra hermosa isla tendría la suerte de disfrutar.
El paseo estaba llegando a su fin y, al llegar a Câmara de Lobos, nuestro capitán dijo con razón: «Bienvenidos a la bahía más hermosa del mundo». Bajamos del barco con la certeza de que Madeira ofrece, además de paisajes impresionantes, momentos incomparables de conexión con la naturaleza y las tradiciones de sus gentes.
El mar transparente casi reflejaba el paisaje en un espejo a medida que nos acercábamos a Fajã dos Padres, un edén escondido, aunque cada vez más conocido por todos. Observado desde el São João de Deus, era casi como una plantación verde flotando en el mar. Con árboles frutales, flores... un oasis de vida que parecía brotar de los guijarros y que convertía el paisaje en algo aún más especial. A todos nos apetecía quedarnos allí, pero teníamos que seguir con el viaje. Pasamos también por la playa de Calhau da Lapa, que no contaba con acceso directo, y dimos media vuelta en la playa de Ribeira Brava. El viaje de vuelta lo realizamos más alejados de la costa, lo que nos permitió contemplar la grandeza de nuestro litoral. Eran las 11:30 h y la suave temperatura de la mañana había dado paso a un día muy caluroso. Estiramos las manos fuera del barco e intentamos tocar el agua... ¡estaba perfecta! La temperatura ideal para un baño que nosotros no pudimos darnos, pero que toda la gente de vacaciones en nuestra hermosa isla tendría la suerte de disfrutar.
El paseo estaba llegando a su fin y, al llegar a Câmara de Lobos, nuestro capitán dijo con razón: «Bienvenidos a la bahía más hermosa del mundo». Bajamos del barco con la certeza de que Madeira ofrece, además de paisajes impresionantes, momentos incomparables de conexión con la naturaleza y las tradiciones de sus gentes.