En Madeira, la uva es mucho más que una fruta... Los viñedos y, por supuesto, el vino, son el alma del pueblo madeirense, en una historia que se entrelaza con el desarrollo y la edificación de la propia isla, desde prácticamente el inicio de su asentamiento en el siglo XV. ¿Sabías que tan solo 25 años después de que comenzaran los primeros asentamientos en el archipiélago, ya se exportaba el vino producido en Madeira? ¡Es una relación con más de seis siglos de historia! La época de la vendimia, al final del verano, es el momento ideal para celebrar nuestra fuerte conexión con la uva y el vino. ¿Quieres saber cómo son las fiestas? Son tres semanas en las que la celebración, en diversos puntos de la isla, no para y hay un poco de todo: una semana dedicada al folclore, conciertos musicales en diferentes viñedos de la región, e incluso un encantador Wine Lounge en la parte baja del centro de Funchal. Sin embargo, el tema principal de este artículo es el acontecimiento más tradicional. ¡Súbete los pantalones, porque es hora de pisar la uva!
Cosecha de la uva y vendimia en directo – Fiesta de la Vendimia en Câmara de Lobos
Ese sábado por la mañana, salimos de Funchal a las 09:20 h, en dirección al Estreito de Câmara de Lobos. Las celebraciones de la Fiesta de la Vendimia, que forman parte de la Fiesta del Vino de Madeira, empezaban a las 10:00 h, por lo que aún tuvimos tiempo de tomar un café en un bar típico situado justo detrás de la iglesia. Un fuerte zumbido indistinto, compuesto por el sonido de pasos apresurados, instrumentos musicales en proceso de afinación y canciones tradicionales a lo lejos, anunciaba la agitada y divertida mañana a la que nos enfrentaríamos. Después del café, decidimos subir la colina en dirección a la multitud de gente que se reunía al lado de una propiedad que presumía de una gran parra, justo enfrente de la Quinta da Pinheira. El sol de la mañana nos envolvía con su tímido calor, y mientras esperábamos a que se abrieran las puertas de la finca en la que podríamos participar en la tradicional vendimia, nos unimos a las canciones más emblemáticas del cancionero popular, integrándonos así en un animado grupo folclórico. Al compás de la «Primavera das Flores» y las varias repeticiones del «Bailinho da Madeira», cada vez se reunía más gente a nuestro alrededor, en una proporción muy equilibrada entre madeirenses y turistas, signo indiscutible de la relevancia turística de este evento, que se celebró por primera vez en 1963.
Cuando por fin se abrieron las puertas de la propiedad del señor Joaquim Mendes, cientos de personas se apresuraron a las viñas para recoger las famosas uvas del Estreito de Câmara de Lobos, que luego se llevarían al gran lagar, donde más tarde se pisarían. Pero por ahora, nosotros también estamos bajo las parras, sin cesta de mimbre ni podaderas, pero recolectando contenido para escribir este artículo de blog. Ya que no podíamos participar en las arduas tareas de la vendimia, nuestra atención se centraba en todo lo que ocurría a nuestro alrededor. Nos dimos cuenta de inmediato de que no todos los racimos llegarían al lagar, ya que algunos vendimiadores se los comían inmediatamente, de la mano a la boca, en un gesto de comunión con la tierra. Parecía que no había problemas en hacerlo, por lo que también tuvimos la tentación de probar las uvas pequeñas y oscuras de la variedad tinta negra, una de las más predominantes en Madeira... ¡Es importante certificar la calidad de la materia prima!
Aunque cientos de personas se lanzaron a la caza de las uvas, muchas no bajaron a las parras. Eran muchas las personas que preferían seguir cantando, y otras cuya felicidad residía en ofrecer pequeños vasos de vino y licores, haciendo brindis matutinos por una larga y próspera vida. Como estábamos trabajando, no pudimos unirnos al chinchín del grupo, pero haríamos el nuestro justo después con un zumo de uva.
Tras recoger las uvas, volvimos a bajar al Estreito de Câmara de Lobos, cerca de la iglesia matriz, para ver el Desfile Etnográfico. Pero antes tomamos nuestro segundo desayuno de aquel día, que había empezado temprano; al fin y al cabo, no todos los sábados nos levantamos a las ocho de la mañana. El último mordisco al bolo do caco (pan tradicional de la isla) lo dimos al son de los tambores, que se aproximaba calle arriba. En el desfile animado participarían unos 600 figurantes, en representación de diversos grupos folclóricos, bandas parroquiales, casas del pueblo y distintas asociaciones de la región.
Grandes carrozas alegóricas embellecían el desfile dedicado a las tradiciones agrícolas y culturales de Madeira, con la vendimia como protagonista. La pronunciada cuesta de la Rua Cônego Agostinho Figueira Faria no paró a los participantes, que coreografiaron y cantaron toda la subida con una energía sin precedentes. Al fin y al cabo, ¡estaban celebrando una de las fiestas más importantes de la parroquia y del municipio!
El reloj de la iglesia dio las doce campanadas del mediodía, pero no nos iríamos a casa sin ver cómo pisaban la uva, uno de los momentos culminantes de esta fiesta. Las uvas, recogidas pocas horas antes a unos pocos metros, llegaron al enorme lagar situado al final de una calle repleta de puestos de comida y bebida. La cola para entrar al lagar era larga, pero no le quitaba las ganas a nadie. Allí, esperando un lugar para nosotros, aguardaban tanto visitantes que probablemente nunca habían visto un lagar como este, así como conocidas caras vecinas, que todos los años participan en esta actividad.
Dentro del lagar, el pisado de la uva era en realidad una danza rítmica, motivada por las animadas canciones que convertían el esfuerzo en una fiesta. Un momento especial para el que, una vez más, no estábamos preparados; de lo contrario, también nos habríamos lanzado al lagar. El año que viene no nos olvidaremos de nuestro kit de vendimia, con todos los utensilios y accesorios que podamos necesitar. Era casi la una de la tarde cuando nos fuimos del Estreito de Câmara de Lobos.
La fiesta continuaría toda la tarde, hasta bien entrada la noche y al día siguiente. Camino de vuelta a Funchal, revivimos en nuestras cabezas los mejores momentos de aquella mañana y nos preguntamos cómo llamaríamos a aquel vino si tuviéramos ese poder. ¡Solo se nos venían a la cabeza nombres bonitos!
