Somos grandes aficionados a los deportes acuáticos, algo que no falta en Porto Santo; si no, no estaríamos hablando de una isla llena de pequeñas calas y vastos arenales bañados por aguas cristalinas.
Piragüismo, buceo, surf de pala, bodyboard, wing foil y submarinismo... Había tantas opciones que nos resultó difícil encajar todo en nuestro plan. Pero como nos encantan los deportes acuáticos, nos propusimos probar todo lo que había disponible.
Comenzamos con el piragüismo, que acabamos practicando dos veces. La primera fue en la playa de Calheta. Nos lanzamos al mar con Matías en dos kayaks: yo, Margarida y los niños en un kayak grande; Matías y su perro de aguas, en otro. Por lo que pudimos comprobar, el perro siempre va con él al mar y vimos lo a gusto que se sentía en el kayak.
Remamos hacia el islote de Cal, donde llegamos por el lado norte, ya que el mar estaba en calma. En un momento dado, Matías nos pregunta: «¿Veis esa grieta en la roca? ¡Es por allí!». Un rápido análisis nos dio la idea de que sería imposible entrar en ese agujero con el kayak. El caso es que, incluso con solo unos centímetros a cada lado del kayak, conseguimos entrar en la cueva. Una vez dentro, nos dimos cuenta de que por un lado estaba oscuro, pero por el otro podíamos ver el mar con su color azul cristalino, gracias a los rayos de sol que pasaban bajo las rocas e iluminaban nuestro camino. Este fue uno de los momentos culminantes del piragüismo, y en el camino de vuelta a Calheta todavía nos emocionamos mucho cogiendo la espuma de las olas que rompían en el fondo del canal poco profundo.
La segunda ronda de piragüismo tuvo lugar al otro lado de la isla, donde aprovechamos para combinar lo útil con lo agradable y remamos hasta el lugar donde íbamos a hacer buceo. Matías nos habló de su amigo ―un pulpo salvaje― y nos comentó que, si teníamos suerte, ¡podríamos verlo de cerca! Por supuesto, nos reímos cuando nos dijo que el pulpo era su amigo, y confieso que nos mostramos muy reticentes a bucear con el pulpo en el lugar donde nos aseguró que podríamos encontrarlo.
Salimos con el kayak desde la playa, al principio con algo de emoción, ya que tuvimos que remar contra la espuma de las olas, rodeados de rocas, pero en poco tiempo estábamos flotando sin viento, en unas aguas increíbles (cristalinas y cálidas) esperando a que todo el grupo se reuniera en el mar. No esperamos mucho, pero fue suficiente para que los niños se metieran en el agua y empezaran a curiosear con las gafas de bucear en busca de vida marina.